La del Aita Mari no es una historia épica de superhéroes. Es una historia de gente normal y corriente dispuesta a hacer lo que los Estados no hacen. Y en este caso eso significa comprar un barco de pesca del Cantábrico a punto de ser desguazado, restaurarlo de pies a cabeza y llevárselo a salvar vidas al Mediterráneo central. Todo de manera voluntaria, en ratos libres, vacaciones o cuando las obligaciones lo permiten. Es una historia de no dejar morir a nadie en el mar. De reaccionar a la inacción de los Estados. De creer en el poder del auzolan, que es como se llama en euskera al trabajo vecinal y colaborativo. Pero también de dar a estas personas migrantes y desplazadas el respeto, amor y humanidad que han dejado de sentir después de muchos años de buscarse la vida.