¡Prepara los exámenes! ¡Presta atención en clase! ¡Haz caso a los profesores! ¡Esfuérzate para entrar en la universidad! ¡Estudia, estudia, estudia! La mayoría de padres dan mucha importancia a la formación de sus hijos. Aseguran que son unos afortunados y que les espera un porvenir brillante. Sin embargo, la realidad es a veces distinta. Los jóvenes están altamente formados, pero tener un título universitario no les garantiza -por lo menos en España- el futuro prometedor que ellos soñaban.
La tasa de paro ha alcanzado en Euskadi el 38,8% de la población de entre 16 y 24 años, afectando a 18.500 chavales en números absolutos. Según el Observatorio Vasco de la Juventud y el Instituto Nacional de Estadística (INE), desde 2008, el año en el que comenzó la crisis, 3.547 jóvenes nacidos en Euskadi, de entre 18 y 34 años, han hecho las maletas para irse el extranjero en busca de nuevas oportunidades laborales. Algunos, como la ministra Fátima Báñez, lo llaman «movilidad exterior» pero otros «fuga de talentos».
La emigración se prolonga a medida que se acentúa la crisis. Si en 2008 la tasa de retorno llegaba al 56%, en la actualidad las cifras se han reducido al 40%. Es decir, sólo cuatro de cada diez jóvenes vascos que se marchan regresan a casa. El resto construyen su hogar lejos, en algunos casos muy lejos. Álvaro Innerarity, Guillermo Hernández y Miren Amaia Iñiguez de Nanclares son algunos nombres que se esconden detrás de los datos. Los tres emigraron y los tres han vuelto, o están a punto de hacerlo, pero con objetivos diferentes. Algunos aspiran a abrirse camino cerca de casa, otros a volar bien lejos.